Extracto de la conferencia pronunciada el 22 de Diciembre de 1918 en Basilea por Rudolf Steiner
Comparables con dos grandiosas columnas espirituales, el sentimiento cristiano del mundo ha creado las dos fiestas, la Navidad y la Pascua de Resurrección, dentro del curso del año, considerando ambos aspectos como símbolo del curso de la vida humana. Se puede decir que la imagen de la fiesta de Navidad y la de la Pascua de Resurrección se presentan al alma humana como las dos columnas espirituales que nos hablan de los grandes misterios de la existencia física humana, y que exigen al hombre una contemplación bien distinta de la de otros acontecimientos de su vida terrenal.
por medio de las imágenes de Navidad y la de Pascua de Resurrección se señalan los dos acontecimientos del curso de la vida física, que según su apariencia exterior son acontecimientos físicos y que por su peculiaridad, en contraste a todos los demás acaecimientos, no se expresan realmente como acontecimientos físicos. Lo misterioso de los dos acontecimientos a que me refiero: el nacimiento y la muerte. Y en la vida de Cristo Jesús, como en las imágenes de Navidad y la Pascua de Resurrección se hallan ante el sentimiento cristiano, recordándolos, esos dos acontecimientos de la vida física.
Por las imágenes de Navidad y la Pascua de Resurrección el alma humana dirige la mirada hacia esos dos grandes misterios; y por tal observación ella encuentra el luminoso fortalecimiento del pensar, y el poderoso contenido del querer humano; y en cualquier situación de la vida halla la consolación de todo su ser. Las dos columnas espirituales, las de la Navidad y la Pascua de Resurrección tienen valor eterno.
Pienso que se puede afirmar que nuestro tiempo de nuevas revelaciones espirituales también arrojará nueva luz
sobre la idea de la Navidad, de modo que paulatinamente la imagen de la
Navidad se podrá sentir en forma nueva.
El nacimiento y la muerte del hombre, cuanto más sean observados y analizados, se nos presentan como acontecimientos que tienen lugar totalmente en el plano físico, y en los cuales lo espiritual impera en tal forma que desde una seria observación, nadie debería negar que esos dos acontecimientos terrestres de la vida humana, se muestran directamente como hechos físicos, hasta el punto de que, realizándose en el hombre, evidencian que él es ciudadano de un mundo espiritual. Ninguna concepción natural, dentro de lo que los sentidos perciben y el intelecto puede comprender, jamás podrá encontrar en el nacimiento y la muerte otra cosa que aquella en que el obrar de lo espiritual se evidencia espontáneamente en lo físico. Únicamente estos dos acontecimientos se presentan de esa manera al ánimo humano. Y para el acontecer del nacer que encuentra su expresión en la Navidad, el ánimo humano-cristiano ha de sentir cada vez más profundamente el carácter de misterio.
Se puede decir que los hombres pocas veces han llegado a tener en cuenta debidamente el carácter de misterio con respecto al nacimiento. Y raras veces mediante imágenes que hablen profundamente al alma humana.
El nacimiento y la muerte, aparecen ya por su solo aspecto físico como dos acontecimientos espirituales, los cuales jamás pueden tener lugar dentro del mero acontecer natural; al contrario se trata de un obrar de potencias divino-espirituales, lo cual se expresa por el hecho de que justamente por su aspecto físico las dos experiencias en el principio y el fin de la vida física humana tienen que permanecer como misterios.
La nueva revelación cristiana nos induce a considerar el curso de la vida humana de tal modo como, ciertamente, en el siglo XX el Cristo espera que la humanidad lo tome en cuenta. Para contemplar la imagen de Navidad recordemos ahora palabras de Cristo Jesús, según el Evangelio de San Lucas, palabras que son propicias para relacionarlas con la imagen de Navidad. Me refiero a las palabras: “En verdad os digo, que cualquiera que no recibiere el reino de Dios como un niño, no entrará en él". Cuando el Cristo dice "cualquiera que no recibiere el reino de Dios como un niño", no se debe entender como si se quisiera quitarle a la idea de Navidad todo el carácter de un misterio, y en su lugar hablar simplemente del querido niño Jesús,-tal y como se ha hecho en el curso de la evolución materialista del cristianismo-. Las palabras de Cristo Jesús: "cualquiera que no recibiere el reino de Dios como un niño no entrará en él" nos hacen alzar la mirada a poderosos impulsos que se ponen de manifiesto a través de la evolución de la humanidad.
El hombre al entrar en este mundo como niño, proviene directamente del mundo espiritual, pues lo que entonces tiene lugar en el mundo físico, la procreación y el crecimiento del cuerpo físico, no es otra cosa que el aspecto exterior del acontecimiento que consiste en que lo más profundo ser del hombre sale del mundo espiritual. Partiendo de su estado espiritual, el hombre entra en el cuerpo al nacer, y cuando el rosacruciano dice: ex deo nascimur, se refiere al ser humano en cuanto a su aparición en el mundo físico, pues lo que al principio envuelve al hombre, lo que hace de él una entidad física aquí sobre el globo terrestre, esto es lo que se expresa con la palabra ex deo nascimur. Considerando el centro del hombre, lo que realmente es el íntimo ser central, se debe decir: partiendo de lo espiritual, el hombre entra en este mundo físico. Pero lo que tiene en el mundo físico, al percibirlo desde el nivel espiritual antes de la concepción o del nacimiento, el hombre se envuelve con el cuerpo físico, a fin de experimentar en el mismo, aquello que sólo en este cuerpo físico se puede experimentar.
El hombre entra en el mundo como ser espiritual. Cuando niño su ser corporal está todavía indefinido, pues se ha servido poco de lo espiritual que entra en la existencia física como durmiendo. Este ser espiritual parece tener poco contenido, puesto que precisamente en la vida física común no lo percibimos, como tampoco percibimos el yo y el cuerpo astral cuando durante el sueño están separados del cuerpo físico y del etéreo. Pero un ser no es menos perfecto por el hecho de que nosotros no lo vemos.
La imagen de Navidad se eleva como una grandiosa columna de luz dentro del sentimiento cristiano del mundo, para que nosotros siempre recordemos nuestro origen espiritual, para fortalecernos por el pensamiento de que de lo espiritual hemos venido para entrar en el mundo físico. Es preciso que tal pensamiento como idea de la Navidad se fortalezca cada vez más a través de la futura evolución espiritual de la humanidad. Esto conducirá a que los hombres vuelvan a experimentar el advenimiento de la fiesta de Navidad con la idea de ganar nuevas fuerzas para la existencia física, con el recuerdo de su origen espiritual. En el presente el hombre todavía siente muy poco la fuerza de la idea de Navidad, porque según las leyes de la existencia espiritual es así que lo que aparece en el mundo para promover la evolución humana, no aparece inmediatamente en su forma definitiva, sino en cierto modo al principio en forma tumultuosa, como anticipándolo por el actuar de seres ilegítimos de la evolución del mundo. La evolución histórica de la humanidad sólo se comprenderá de la justa manera, si se sabe que las verdades deben de entenderse tomando en consideración el debido tiempo y bajo la debida luz en el curso de la evolución de la humanidad.
Hay que tener presente que la vida humana está en evolución desde el nacimiento hasta la muerte, y que los impulsos principales se manifiestan de distinta manera durante la vida humana.
Si consideramos espiritualmente el hecho de cómo el hombre entra en la existencia sensible: él entra en esta existencia plenamente según el impulso de la igualdad del ser humano ante todos los demás. La existencia infantil suscita en nosotros los sentimientos más intensos, si se considera la naturaleza del niño sobre la base del pensamiento de la igualdad de todos los hombres. En la existencia del niño todavía no aparece nada de lo que produce desigualdad, nada de lo que organiza la vida de los hombres de tal manera que se los hiciera sentir como diferentes de otros. Todo esto sólo se le da al hombre en el curso de su vida física. La existencia física va 'creando desigualdad, mientras que el hombre sale de lo espiritual como igual ante el mundo y ante Dios. Esto lo anuncia el misterio del niño.
Con este misterio del niño se une la idea de la Navidad, la que encontrará su profundización por la nueva revelación cristiana, pues esta nueva revelación cristiana tomará en cuenta la nueva trinidad: el hombre como representante inmediato de la humanidad, lo ahrimánico lo Luciférico, (como lo expresa el grupo tallado en madera, en el Goetheanum en Dornach, Suiza). Y por el conocimiento de cómo el hombre se sitúa en la existencia del mundo en su estado de equilibrio entre lo ahrimánico y lo luciférico, se comprenderá lo que, también en su existencia física exterior, el hombre realmente es.
El enigma de los dones y las capacidades que son la causa de tantas desigualdades entre los hombres, surge en relación con la imagen de la Navidad. Y la fiesta de Navidad del futuro seriamente hará recordar al hombre el origen de sus dones, capacidades, talentos y hasta capacidades geniales que le hacen diferente. Necesariamente tendrá que hacer la pregunta de este origen. Y sólo alcanzará el justo equilibrio de la existencia física, si él puede calificar satisfactoriamente el origen de sus capacidades por las que él se diferencia de los demás. La luz de la Navidad o la de las velas navideñas deben dar la respuesta a la pregunta: ¿Existe injusticia dentro del orden universal para el individuo entre el nacimiento y la muerte? ¿Cómo se explican las capacidades, los dones?
la nueva imagen de la Navidad en el sentido de que es preciso que el hombre comprenda al Cristo de tal manera que sobre la base del Nuevo Testamento diga: Además de las condiciones de igualdad en el niño, he recibido las diversas capacidades, dones y talentos. Pero con el correr del tiempo todas estas facultades sólo conducirán al bien del hombre, si las mismas se ponen al servicio del Cristo Jesús, si el hombre aspira a cristianizar todo su ser, para que se arrebaten a Lucifer los dones, talentos y genialidades humanos. El ánimo cristianizado arrebata a Lucifer todo lo que sin ello actuaría de un modo Luciférico en la existencia física humana. Esto es algo que como fuerte pensamiento debe imperar en la futura evolución del alma humana. En ello consiste la nueva imagen de la Navidad, la nueva anunciación del obrar del Cristo en el alma humana para cambiar lo Luciférico que no rige en nosotros en cuanto vivimos por la fuerza del espíritu, sino que como lo Luciférico se halla en nosotros por el hecho de que nacemos con un cuerpo físico lleno de sangre, un cuerpo que a través de la herencia nos da también las capacidades. Dentro de la corriente luciférica, dentro de lo que ejerce su efecto en la corriente de la herencia física aparecen dichas capacidades, pero el hombre debe ganarlas, conquistaras durante la vida física, por medio de lo que el impulso Crístico puede suscitar en sus sentimientos,en plena conciencia dentro de sus experiencias. El nuevo cristianismo habla así: "Concibe, oh cristiano, el pensamiento de la Navidad y ofrenda en el altar que se erige en la Navidad todo lo que tú recibes con la sangre de tu cuerpo, y consagra tus capacidades, tus dones y hasta tu genio, percibiéndolo todo iluminado por la luz que irradia del árbol de Navidad".
La seriedad de la imagen de la Navidad puede suscitar en el hombre la pregunta: ¿Cómo llego a ser consciente en mi alma del impulso de Cristo? Es un pensamiento que muchas veces preocupa al hombre.
Ciertamente, no acogeremos en el alma espontáneamente lo que podemos llamar el impulso de Cristo, y el mismo se nos presenta de un modo distinto en unos u otros tiempos. En el presente el hombre puede concebir con clara y plena conciencia los pensamientos cósmicos que tratamos de comunicar a través de nuestra ciencia espiritual de orientación antroposófica. Estos pensamientos, bien comprendidos, pueden despertar en el hombre la confianza de que sobre las alas de los mismos efectivamente le llega la nueva revelación, esto es, el nuevo impulso de Cristo de nuestro tiempo. Y el hombre llegará a sentirlo, si no deja de prestarle atención.
Al acoger los pensamientos espirituales se trata de sentirlos fuertemente, como algo que a través del cuerpo penetra en el alma; si se trata de liberarlos de lo abstracto y lo teórico, de modo que estos pensamientos realmente son como una nutrición del alma; si se trata de sentir que los mismos entran en el alma no meramente como pensamientos, sino como vida espiritual proveniente del mundo espiritual; si todo esto se logra íntimamente, se notará el resultado de una triple manera: se percibirá que estos pensamientos extinguirán en el hombre lo que particularmente en nuestra época del alma consciente penetra tan marcadamente en el alma humana: el egoísmo.
Si se comienza a advertir que dichos pensamientos extinguen el egoísmo, se habrá sentido la fuerza crística de los pensamientos de la ciencia espiritual de orientación antroposófica. Si en segundo lugar se nota que en el instante en que en el mundo de alguna manera aparece la falta de veracidad, ya sea que uno mismo se sienta tentado a no atenerse a toda la verdad, o bien, que de parte de otros se nos presente la falta de veracidad; si en tal situación se experimenta la fuerza de un impulso que no deja entrar en nuestra vida la falta de veracidad, un impulso que presente siempre nos exhorta a decir la verdad, entonces resulta que frente a la vida que se inclina hacia la apariencia, se siente el viviente impulso de Cristo. Sobre la base de los pensamientos espirituales de orientación antroposófica no será fácil para el hombre mentir, o no tener sensibilidad para la apariencia y la falta de veracidad. Aparte de cualquier otro entendimiento, los pensamientos de la nueva revelación cristiana pueden indicarnos el camino hacia el amor a la verdad. El nuevo espíritu, consiste precisamente en encontrar la posibilidad de superar el egoísmo por el amor, en superar la apariencia de la vida por la verdad, superar lo que conduce a la enfermedad, por los pensamientos sanos, los que nos unen con las armonías del universo, puesto que tienen su origen en estas armonías.