En la soledad, el Cristo en el cuerpo de Jesús de Nazareth, primero
encontró a Lucifer, la entidad que se aproxima al hombre presuntuoso, falto de humildad y conciencia del propio ser. Lucifer se dirige al falso orgullo y a la altanería del hombre. Lucifer se
enfrentó al Cristo, diciéndole, aproximadamente, lo que también figura en los otros Evangelios: ¡Mírame!
Los reinos en que el hombre ha sido colocado, fundados por los antiguos dioses, ya son anticuados. Yo voy a fundar un nuevo reino y te daré todo lo que de belleza y gloria en los antiguos reinos
existe, si tú entras en mi reino.
Pero debes separarte de los otros dioses y reconocerme a mí. Lucifer le describió toda la belleza de su propio mundo, y todo lo que hablaría al alma humana, si ella tuviera un poco de orgullo.
Pero como Cristo había venido de los mundos espirituales, sabía quién es Lucifer y a qué debe atenerse el alma para no ceder a la tentación. Cristo no conocía la tentación de Lucifer, pero El
sabía cómo se está al servicio de los dioses, y poseía la fuerza para rechazar a Lucifer.
Para un segundo ataque, Lucifer llamó a Arimán para que éste le ayudase; y ambos se dirigieron al Cristo. Uno trató de incitarle al orgullo: Lucifer; el otro habló a su miedo: Arimán. De esta manera, aquél le dijo: Con mi espiritualidad, con lo que yo puedo darte, no te hará falta lo que ahora necesitas por haber adoptado, como Cristo, un cuerpo humano. Este cuerpo te subyuga, te obliga a reconocer las leyes de la gravitación. Si yo te arrojo al abismo, el cuerpo humano te impide quebrantar la ley de gravitación. Pero si tú me reconoces a mí, yo voy a anular las consecuencias de la caída, y nada te pasará. Arimán le dijo: yo voy a librarte del miedo, ¡arrójate!. Ambos le acosaron, pero como en su acosamiento en cierto modo se equilibraron, el Cristo pudo librarse de ellos; El encontró la fuerza que en la Tierra el hombre debe encontrar para elevarse sobre Lucifer y Arimán.
Arimán dijo entonces a Lucifer: tu presencia me estorba; en vez de
aumentar mis fuerzas, las disminuiste. El último ataque lo emprendió Arimán solo, diciendo al Cristo lo que encuentra su expresión en el Evangelio de Mateo: Haz que lo mineral se convierta en
pan; si te jactas de poseer fuerzas divinas, di que estas piedras se hagan pan. Mas el Cristo respondió: no sólo de pan vivirá el hombre, sino de lo espiritual que proviene de los mundos
espirituales. Esto lo sabía muy bien el Cristo, porque acababa de descender de los mundos espirituales. Pero Arimán le respondió: por más que tú tengas razón, realmente esto no me impide tenerte
sujeto, en cierto sentido. Tú
únicamente sabes lo que hace el espíritu que desciende de las alturas; jamás estuviste en el mundo humano. Aquí abajo, en el mundo humano, viven hombres que verdaderamente necesitan que las
piedras se hagan pan, pues no les es posible nutrirse de espíritu solamente.
Este fue el momento en que Arimán decía al Cristo algo que en la tierra se podía saber, pero que el Dios que en aquel momento había descendido, desconocía. El no sabía que aquí abajo hacía falta
convertir en pan el mineral, el metal. Y Arimán respondió que aquí abajo el hombre se ve en la necesidad de nutrirse con el dinero. He aquí el punto en que Arimán todavía tenía poder.
Y él dijo entonces: ¡Voy a valerme de este poder!. Esto es el verdadero relato de la tentación. En ella quedó un punto sin resolver. Los problemas no encontraron solución definitiva. Los
problemas concernientes a Lucifer se resolvieron, por cierto, no así los referentes a Arimán. Para ello hace falta algo más.
Al salir de la soledad, el Cristo Jesús se sintió llevado más allá de todo
lo vivido y aprendido a partir de los doce años; sintió reunido el Espíritu-Cristo con lo que en Jesús había vivido antes de la edad de doce años. En verdad, ya no se sintió vinculado a lo que en
la humanidad había quedado envejecido y árido. Hasta el lenguaje que en su mundo se hablaba, le dejó indiferente y al principio, incluso quedó callado.
Anduvo por las cercanías de Nazareth y algo más allá; visitó muchos de los lugares, por los que ya como Jesús de Nazareth había pasado, y entonces sucedió algo sumamente notable.
Téngase bien presente que relato lo que pertenece al Quinto Evangelio, y no vendría al caso que alguien quisiera descubrir contradicciones con respecto a los otros cuatro Evangelios. Me atengo al
contenido del Quinto Evangelio.
Muy callado, como no teniendo nada en común con su mundo circundante, el Cristo anduvo, al principio, de albergue en albergue,
trabajando con la gente en los respectivos lugares. Lo vivido con lo que Arimán le había dicho sobre el pan, le había dejado profundamente
impresionado. En todas partes, en los lugares donde antes había trabajado, volvió a encontrar gente conocida. Esos hombres se acordaron de El, y allí realmente encontró la gente a la cual Arimán
debe tener acceso, porque para ella es imprescindible que las piedras se hagan pan o, lo que es lo mismo, convertir en pan el dinero, el metal. No hacía falta ir a la gente que observaba las
máximas morales de Hil-lel o de otros; pero entró en las moradas de aquellos que en los otros Evangelios son llamados los publicanos y pecadores, porque para ellos era necesario que las piedras
se hicieran pan. A ellos principalmente los visitó.
Pero ahora se había llegado a algo nuevo. Muchos de esos hombres le
conocían de antes de sus treinta años, pues ya como Jesús de Nazareth había estado con ellos, quienes habían conocido su naturaleza apacible, su amor y sabiduría. En cada casa, en cada albergue
se le había amado profundamente.
Este amor había quedado, y mucho se habló del amor de ese hombre, Jesús de Nazareth, que había estado en aquellas casas y en esos lugares. Y como por efecto de leyes cósmicas sucedió lo
siguiente: me refiero a escenas muchas veces repetidas, reveladas por la investigación clarividente. Los miembros de familias, donde Jesús de Nazareth había trabajado, se habían reunido después
de la puesta del sol, hablando entonces del amor y la caridad de ese hombre que como Jesús de Nazareth había estado en sus casas, como asimismo de los
calurosos sentimientos que él había suscitado en sus almas. Y muchas veces había sucedido que, después de horas enteras de semejantes reuniones, entraba en la habitación, como por una visión
común de todos los miembros de la familia, la imagen de Jesús de Nazareth. Efectivamente, él los visitaba en espíritu, o también, ellos se creaban su imagen espiritual. Podemos imaginarnos los
sentimientos que surgieron en el seno de semejantes familias, que antes habían tenido esa visión en común, cuando, después del bautismo en el Jordán, El volvió. Ellos le reconocieron por su
semblanza exterior, sólo que ahora el brillo de los ojos era más intenso. Vieron el rostro resplandeciente
que otrora los había mirado con tanto amor; vieron al hombre que en espíritu había estado con ellos. Podemos imaginarnos lo extraordinario que ahora sucedió en esas familias y en los pecadores y
publicanos, quienes, debido a su karma, estaban expuestos a todos los seres demoníacos de aquel tiempo.
Ahora se puso de manifiesto la naturaleza cambiada de Cristo Jesús;
principalmente en semejantes hombres se hizo evidente lo que por el habitar del Cristo en Jesús de Nazareth; éste había llegado a ser. Antes, esos hombres habían sentido su amor, su bondad y su
naturaleza apacible; pero ahora emanó de El un poder mágico. Si antes ellos sólo se habían sentido confortados, ahora se sintieron curados. También llamaron a sus vecinos, si éstos también
estaban oprimidos. De tal manera sucedió que, después de haber vencido a
Lucifer, y cuando de Arimán sólo le quedaba el aguijón, Cristo Jesús pudo hacer, para los hombres sumidos al dominio de Arimán, lo que en la Biblia se describe como la expulsión de los demonios.
Muchos de aquellos demonios que él había visto cuando había caído junto al altar pagano, ahora se retiraron, cuando El, como Cristo Jesús, estuvo frente a esos hombres. Los demonios percibieron a
su adversario. Cuando ahora anduvo por la campiña, el comportamiento de los demonios en las almas humanas, le hizo recordar que había caído junto al altar del sacrificio, donde en lugar de los
dioses estaban los demonios, y que él no podía celebrar el culto. También se acordó de la
Bath-Kol que le había enunciado la oración de los antiguos Misterios;
principalmente tuvo en mente la palabra: “vivida en el pan de cada día”. Los hombres a quienes visitó ahora, debían de las piedras hacer pan. Muchos de ellos pertenecían a los que sólo de pan
deben vivir. Y la palabra de la antigua oración pagana: “vivida en el pan de cada día” la sintió en lo profundo del alma; sintió lo que significa la incorporación del ser humano en el mundo
físico, y que, en el curso de la evolución de la humanidad, debido a esa necesidad, la incorporación física del hombre había conducido a que los hombres olvidasen los nombres de los Padres en los
cielos, los nombres de los seres espirituales de las jerarquías superiores. Además, sintió que no había hombres capaces de oír la voz de los antiguos profetas. Ahora supo que la vida basada
en el pan de cada día separó al hombre de los reinos celestes, y que
esta vida hace brotar el egoísmo y conduce al hombre hacia Arimán.
.....Nuevamente recordó la voz de la Bath-Kol y ahora supo que habría que renovar las fórmulas y oraciones de los tiempos antiguos, y que el hombre deberá buscar el camino desde abajo hacia los
mundos espirituales. Las últimas palabras de la oración las cambió, dándoles sentido inverso, adecuado al hombre del tiempo nuevo, y porque había que ponerlas en relación no con todo el coro de
las entidades espirituales de las jerarquías, sino con el ser espiritual único: “Padre nuestro en el cielo”. Y las palabras que El había oído como en penúltimo lugar de la oración de los
Misterios: “y olvidó vuestro nombre”, las cambió para adecuarlas a la humanidad del tiempo nuevo:
“santificado sea tu nombre” y las palabras en el antepenúltimo lugar que decían: “porque el hombre se separó de vuestro reino”, las invirtió: “venga tu reino a nosotros”. Las palabras “en que no
domina la voluntad de los cielos”, también las invirtió, dándoles el sentido adecuado a cómo ahora los hombres pudiesen oírlas, ya que ahora no había nadie que pudiera oír la fórmula antigua. Un
total cambio del camino a los mundos espirituales debía producirse, por lo cual las invirtió: “sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. El misterio del pan, o sea, de
la incorporación en el cuerpo físico, el secreto de todo lo que ahora, por el aguijón de Arimán se le
había revelado, lo transformó de tal manera que el hombre pudiese sentir que el mundo físico también proviene del mundo espiritual, aunque el hombre no lo reconozca espontáneamente. Por eso, las
palabras acerca del pan de cada día las transformó en el ruego: “danos hoy nuestro pan de cada día”. Las palabras “deuda del propio ser, por otros acarreada” las cambió así: deudores.” Y las
palabras que en la oración de los antiguos Misterios resonaban en el segundo lugar: “testigo de yoidad que se desenlaza”, las invirtió así: “mas líbranos”, y las primeras: “Impera el Mal”, las
transformó, agregando “del Mal. Amén.” Por la inversión de la transformada voz de la Bath-Kol, que Jesús de Nazareth había oído al haberse caído junto al altar, el Padrenuestro del cristianismo
se nos presenta como la oración de los nuevos Misterios que el Cristo Jesús nos ha dado. De un modo similar aparte de mucho que aún habrá que exponer también fue dado el sermón del monte y otras
cosas más que Cristo Jesús enseñó a sus discípulos.
Quinto Evangelio Rudolf Steiner